Leí Malaherba de Manuel Jabois, y aquello amerita un post dedicado que espero poder escribir pronto. Pero por ahora, y así, un poco por encima, y sin anticipar mucho, puedo decir que me hizo sentir profundamente vulnerable. Escrito con una pluma suelta, refinada y cautivadora. Narrado con la voz de la inocencia y la culpa que se cree tener precisamente por seguir siendo inocente. Es una novela de prosa intuitiva en la que lo que no se cuenta sabe impactar más que lo que se dice. Preciosa. Dura.
Ahora en cambio quiero escribir de lo que se cruzó por mi mente justo antes de comenzar a leerla, ya que lo hice pensando que era una novela Queer, y en general no lo es. Es una novela sobre ser niño, indirectamente sobre ser padre o madre de niños, y sobre la forma en que se advierte y se esgrime internamente la sexualidad entre la inocencia y los afectos. Pero como dije, de esto prefiero hablar con más detalle en el otro post dedicado que he ofrecido.
Reconozco que cuando comencé a leerla estuve a la defensiva, pensé que iba a leer una novela de temática Queer escrita por alguien que parecía no serlo. Normalmente siento algo de resistencia a las historias Queer contadas por gente fuera de la comunidad. No sé a ciencia cierta la situación personal del autor, pero de lo que se deja entrever en sus redes, no se representa como tal. Así que insisto esto no lo digo por esta novela o por su autor, sino por algo que pensé al leerla y que quiero compartir. Lo digo porque lo advertí en mi proceso interno, y vi mis defensas ponerse en guardia de manera casi automática antes de leerla. Y esto es porque la idea de historias Queer escritas desde el privilegio, resalta en mi mente la ausencia de las tantas voces Queer que fueron calladas en su momento, y de todas las historias incontadas por la fuerza de la violencia, o del miedo y la vergüenza. Cuando escritores no Queer escriben sobre esto me recuerda las tantas veces que yo no pude (por varias razones) escribir sobre lo mismo, y de los muchos como yo que por mucho tiempo callaron y siguen callando. Esta ausencia de voces es la razón por la cual nuestra historia se ha contado y se ha definido desde la perspectiva de los que sí tuvieron en su momento el suficiente privilegio para contarla, sea con empatía y apoyo o de manera contraria.
Nunca tuve libros que leer para entender por lo que pasaba como niño o adolescente. En el mejor de los casos, trataba de encontrar códigos secretos en la relación entre Emil Sinclair y Demian, o de Narciso y Goldmundo. O imaginaba que la muy estrecha amistad entre Harry Wotton y Dorian Gray era mucho más que eso (la que por cierto, no ha sido representada como homosexual ni siquiera en recientes adaptaciones cinematográficas). Y si leía a Yukio Mishima, lo leía como quien lee algo malo, algo que no se debe hacer, algo por lo que la gente termina suicidándose con una espada en el estómago. Nunca hubo historias que me mostrasen los pasos a seguir para comprender mis emociones y experiencias. Y los personajes Queer de mi niñez y juventud eran los que inventaba el imaginario colectivo heterosexual, de manera explícita, como el villano de Dune, o de manera sutil como los amaneramientos de Scar en el Rey León, o de Jafar en Aladdin, e incluso la robusta masculinidad afeminada de Úrsula en La Sirenita. Y bueno, ya que estamos en Disney, el Príncipe John de Robin Hood, el Capitán Hook de Peter Pan, Hades, Ratigan, y si me apuran incluso el Joker en la mayoría de las interpretaciones de Batman con las que crecí. Y es que entonces ser Queer era malo, porque las historias que se contaban utilizaban la homosexualidad, el transgenerismo, lo andrógino para evidenciar maldad; una figura teatral o literaria usada para caricaturizar lo moralmente corrupto. Así, que cuando leo literatura contemporánea de temática Queer escrita por quienes no lo son o no representan serlo, lo primero que pienso -y tal vez injustamente- es: «Otra historia más no contada por una voz Queer, otra historia más que nos explica desde el privilegio lo que se siente ser, crecer y vivir como parte de esta comunidad».
Lo mío no es una postura artística o literaria. Es una postura de principio. Asumo, un principio trasportable a otras minorías. Y me dirán: «Entonces si propones que cada uno escriba solamente de lo que es, tú no podrías escribir historias de heterosexuales». Y claro que aquello suena ridículo. Primero que nada, yo no propongo nada. Quienes puedan escribir con libertad seguirán escribiendo sobre lo que les de la gana y sobre quienes quieran escribir, y yo no soy quién para decirle a nadie de lo que se debe o no escribir. Pero sí soy quien para decidir lo que me gusta o no leer. Pero precisamente, la realidad es que la mayoría de los autores clásicos, posmodernos y contemporáneos de los que sabemos o creemos que eran Queer, escribieron historias heterosexuales (a veces en códigos), porque era lo que se les permitía.
Y no, no estoy emitiendo un juicio moral en contra de quienes sin serlo han escrito historias de temática Queer, estoy tratando de evidenciar una falta, una herida viva que existe en nuestra comunidad y que se hace más evidente cuando una voz más es callada en algún lugar, y otra con privilegio asume su lugar y navega con gracia un momento social relevante apropiándose de una narrativa de gente aún herida, aún discriminada. El problema real no es que una historia exista, sino que la otra historia falte. El mundo ideal no es uno en el que solamente las mujeres pueden escribir sobre mujeres, los y/o las Queer sobre lo mismo, y los afrodescendientes sobre sus propias historias. El mundo ideal es uno en el que todas las minorías hayan encontrado los suficientes espacios para escribir y contar sus historias, porque solo cuando todos puedan escribir sobre todo, me parecerá aún más justo que cualquiera escriba sobre lo que quiera. Mientras tanto, hay que seguir luchando por evitar que se siga formando y fomentando un mundo sin los suficientes referentes directos que ayuden a quienes comparten una experiencia Queer a sentirse parte de algo común.
Y hay quienes dirán -porque les encanta decir: «Nadie impide a la gente Queer escribir sobre su experiencia. –––Y continuarán, con razón: ––– De hecho, tú mismo has escrito lo que has querido». Lo primero no es cierto, sí hay quienes impiden a la gente Queer escribir sobre su experiencia. Desde la ley en muchos países, hasta las imposiciones y condicionamientos familiares, sociales y religiosos en muchos otros, los que a veces suelen ser aún más imponentes. En mi caso, por ejemplo, hasta que estuve por cumplir 18 años, en mi país los actos homosexuales eran considerados delito. Y los que lo vivieron dirán que era una ley irrelevante, que a nadie se llevaban preso por homosexual. Lo cual no es cierto, y tan solo evidencia que lo ignoraron desde su posición de privilegio. Pero sea lo que fuese, es un condicionamiento real. Hasta que estuve por cumplir mi mayoría de edad, el consenso social/legal en el que crecí me decía a diario que ser homosexual es tan malo que incluso es un delito, como robar, como matar, como violar. Y aquello no se va cuando se pasa una nueva ley. Me ha tomado más de cuarenta años de vida, vivir más de dieciséis años fuera de mi país, y tener ya más de diez años de matrimonio con mi esposo para encontrar el valor de superar las aprehensiones que me condicionaban y lograr publicar mi primera novela. Porque por mucho tiempo viví con las presiones familiares y sociales de no incomodar, de no exponerme a mí mismo y a quienes quiero. Y reconozco que incluso ahora, lo hago con cierto temor. Tan sólo ayer, un primo al que adoro y que me apoya incondicionalmente me dijo tras de contarle que mi novela está por ser publicada: «I hope it doesn't come back to bite you». El no poder escribir sobre mí, sobre quien soy, el sentirme bloqueado para expresar mi homosexualidad, me hizo no querer escribir, punto.
Porque aun hoy, en estos tiempos, todo siempre está constantemente en tela de duda. En junio de este año, un amigo heterosexual ecuatoriano tuvo a bien subir a su página de Facebook un post como aliado de las causas LGBTIQ+ el día del Pride en Nueva York. Luego, lo que no esperaba: porque pensé que aquello de la homofobia era algo contenido, que aunque que haya quienes lo pensasen, al menos en estos tiempos tendrían la decencia de no decirlo, por vergüenza, por percibir que el desarrollo social cambió o está por cambiar el balance de los valores. Pero no, las más de las respuestas eran abiertos y aterradores pronunciamientos en contra de los grupos LGBTIQ+ y de quienes los defendían. Y no era un asunto de edades, ni de género, era un consenso que se formaba en respuesta a una muestra de apoyo. El problema es que yo aprendí -por necesidad, por protección- a rodearme de quienes piensan como yo, y ello me ha hecho ignorar lo real que sigue siendo la discriminación. Sobre todo en estos tiempos en el que líderes mundiales se sienten con la potestad de ser abiertamente misóginos, transfóbicos, homofóbicos y racistas, envalentona a quienes sienten su privilegio herido. Incluso ayer leía en la prensa cómo dos jueces de la Corte Suprema de EEUU han emitido opiniones diciendo que el derecho a parejas del mismo sexo a contraer matrimonio atenta a las libertades religiosas, contradiciendo abiertamente el precedente de la sentencia de #Obergefell (sobre el matrimonio homosexual).
Y una vez más vuelvo a lo del privilegio. La igualdad de derechos afecta a quienes se sienten con privilegio, porque al todos tener lo mismo nadie tiene más, y ese el problema. El que un afrodescendiente tenga los mismos derechos que un hombre blanco, no le quita nada a ese hombre blanco, solo remueve su efectiva superioridad. Nada se le quita a nadie cuando a todos se les da lo mismo que tiene el que más tiene. Es así con las libertades religiosas: si estás en contra del matrimonio homosexual, no te cases con una persona de tu mismo género, pero no le quites el derecho a esa pareja al equitativo reconocimiento legal y social de esa unión. Como lo dicen y repiten ya muchos: «Tener un tipo de privilegio (el ser hombre y/o heterosexual y/o blanco y/o cisgénero y/o con plenas capacidades físicas o mentales) no significa que nunca hayas sufrido dificultades o discriminación, significa que nunca las has sufrido por causa de quién eres». El ser hombre me ha dado privilegios innegables, y nunca he sufrido discriminación por el hecho de ser hombre. Pero el ser gay en cambio ha sido la causa principal de las discriminaciones que he sufrido, así como también lo ha sido el ser latino y de piel café en un mundo de cuasi nórdicos. Yo aprendí que era brown cuando me mudé a Holanda, porque en Ecuador fui siempre lo más parecido que se es a ser un hombre blanco.
En fin, eso queda como idea para otro post. Pido disculpas a quienes esperaban una reseña de la novela (pero lo advertí en el título del post). Lo dejo como un pendiente, porque creo que es importante discutir también sobre su fondo. Y ojalá no se diga que hubiese preferido que Jabois no la escriba, porque no es así. Estoy profundamente agradecido y emocionado por haber leído esta obra, llena de empatía, apoyo e importantes cuestionamientos internos. Simplemente quisiera que haya más voces que escriban sobre lo mismo, con igual destreza, igual acceso, y mayor legitimidad.
Por ahora, concluyo con una simple frase, entendiendo que habrá quienes prefieran sacar de contexto mis ideas: «Que cada uno escriba sobre lo que quiera». Pero yo seguiré apoyando a que haya más voces minoritarias que comiencen a llenar los espacios en las sociedades que frecuentemente las han callado.
Comments